El crecimiento sin productividad, la política sin visión y la identidad sin afirmación nos condenan al estancamiento
La República Dominicana ha crecido. Pero no se ha desarrollado.
Se levantaron torres. No laboratorios.
Se abrieron plazas comerciales. No centros de investigación.
Se hicieron vías rápidas para consumir, no caminos para saber.
Vivimos dentro de un espejismo: creemos que basta con rentabilidad sin productividad, con consumo sin transformación.
El Banco Mundial ya lo advirtió: el modelo llega a su tope.
Se apoya en sectores de baja productividad. No en valor añadido. No en ciencia. No en tecnología.
Y el tiempo pasa. Y la factura llega.
No es casual que retrocedamos en el Índice Global de Innovación.
No es casual que quedemos rezagados en investigación, desarrollo, transferencia tecnológica y propiedad intelectual.
No es casual que innovemos menos de lo que podemos.
No es casual. Es consecuencia.
Los diagnósticos existen.
Dos cosas lanzadas por el gobierno: La Política Nacional de Innovación 2030 y la Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial trazaron el camino:
Invertir en talento.
Fortalecer ecosistemas territoriales.
Proteger el conocimiento.
Pasar a una economía de ciencia y tecnología.
Pero fueron palabras. Palabras que el viento se llevó.
Hoy ya ni las mencionan en discursos.
No se reflejan en presupuestos.
No se ven en acciones.
No viven en la narrativa del país.
El problema no es de planes. Es de voluntad.
De prioridades.
De coraje político.
Innovar exige más que discursos.
Exige invertir en investigación y desarrollo. No el 0.03 % del PIB. El 1 % prometido.
Exige premiar la creación, no la especulación.
Exige pensar a largo plazo, no correr tras la rentabilidad inmediata.
Sobre todo, exige cambiar la cultura.
¿Cómo innovar donde el mérito cede ante la cuña?
¿Dónde las oportunidades no se ganan con saber hacer, sino con saber a quién llamar?
¿Dónde el acceso a fondos y posiciones depende más de la política que de la excelencia?
Somos una sociedad informal. No solo en la economía. También en la mente.
Hemos normalizado la mediocridad.
Improvisamos en vez de planificar.
Conectamos en vez de competir.
Sobrevivimos en vez de construir.
Nuestra identidad, si existe, vive en la negación.
Sabemos lo que no somos. No sabemos lo que somos.
No hemos tejido una narrativa de excelencia ni de ambición colectiva.
Sin un proyecto común, cada cual salva su pellejo. Y la innovación naufraga.
Somos una isla. En el mapa. Y en la cabeza.
Pensamos que el mundo nos es ajeno.
Que podemos seguir así.
Pero el mundo no espera.
Corea del Sur invierte más del 4 % de su PIB en I+D.
Israel hace del conocimiento su principal exportación.
Costa Rica apuesta a la biotecnología y al conocimiento.
Nosotros, mientras tanto, seguimos atrapados:
bajos salarios, baja productividad, riqueza concentrada.
Celebramos récords de remesas.
Celebramos turistas.
Pero esas victorias no bastan para ganar el siglo XXI.
La innovación no es un lujo.
Es el único salvavidas de un país pequeño y vulnerable.
No innovar no es neutral. Es condenarnos a la marginalidad.
Innovar exige más que leyes nuevas o oficinas flamantes.
Exige cambiar mentalidades.
Pasar del favor al mérito.
Del mínimo esfuerzo a la excelencia.
De la rentabilidad rápida a la productividad sostenible.
Hace falta liderazgo que mire más allá de la próxima elección.
Empresarios dispuestos a arriesgar y no solo a pedir exenciones.
Universidades que fabriquen ideas, no diplomas.
Innovar o morir.
No como figura literaria.
Como verdad política.
Como hecho económico.
Como cuestión de supervivencia.
El futuro no es un derecho.
Es una conquista.
República Dominicana tiene talento.
Tiene geografía.
Tiene juventud.
Tiene políticas escritas.
Le falta voluntad.
Le falta ambición colectiva.
Le falta creer que puede aspirar a más que sobrevivir.
El crecimiento sin productividad se desmorona.
El modelo de baja rentabilidad se agota.
Y el espacio para seguir posponiendo reformas se cierra.
Si no cambiamos el rumbo, no seremos protagonistas.
Seremos notas al pie.
Innovar o morir.
Proyecto colectivo o simulacro de país.
La elección es nuestra.
Y el tiempo para decidir es ahora.