El presidente se quilló con la comunidad internacional y respondió mandando a sacar a las embarazadas haitianas de los hospitales. Para evitar que lo acusen de discriminación, la DGM hasta deportó una boliviana y una italiana. Una cuota de diversidad, digamos.
Las quince medidas migratorias no parecen fruto de una política, sino de un pique. Más que controlar la migración, buscan reducir el número de morenos visibles. Nadie le recordó al presidente que en un Estado de derecho la restricción de derechos debe ser proporcional, necesaria… y decente. Nadie le pudo decir que nunca ningún país se hizo grande por la crueldad de sus gobernantes. Pero cuando se trata de Haití, dicen que no escucha razones. Golpea la mesa y grita que se van todos. Luego, sus propios guardias los dejan entrar por unos pesos. Y para reformar la Ley de Migración, designó un exjuez afín, un periodista leal. Cámara de eco, no política pública. Desconociendo las instituciones que la propia ley creó y que han acumulado conocimiento en materia migratoria
Convertir hospitales en retenes migratorios tendrá un costo: las mujeres dejarán de ir al médico, los niños abandonarán la escuela. Brotarán enfermedades, colapsará la prevención. Y una nueva generación crecerá sin vacunas… ni educación. Todo por una orden sin estrategia. Presidente, la migración no se maneja con rabia: se maneja con ciencia. Como la inflación o el déficit.