Editorial
La educación ha sido históricamente una de las promesas más reiteradas en los discursos de desarrollo de la República Dominicana. Invertimos más del 4% del PIB en el sistema educativo, construimos aulas, formamos maestros, entregamos dispositivos electrónicos.
Y sin embargo, los datos del informe ENHOGAR-2024 nos devuelven una verdad incómoda: hay demasiados niños, niñas y adolescentes que están quedando fuera. No por falta de inteligencia, sino por pobreza, embarazo, trabajo infantil y abandono institucional.
De acuerdo con la encuesta, la tasa de alfabetización general de la población de 5 años y más es de 90.4%, lo cual parecería un buen dato en términos absolutos. Sin embargo, al mirar con más cuidado se revela una brecha preocupante entre zonas urbanas y rurales: mientras en las ciudades el 91.5% sabe leer y escribir, en las zonas rurales este porcentaje baja a 84.3%. Peor aún: el 13.2% de los adultos rurales de 15 años o más no está alfabetizado, lo que refleja la persistencia de una deuda histórica con las comunidades más aisladas y empobrecidas.
Pero el verdadero epicentro de este problema no está solo en la alfabetización. Está en las razones por las que los jóvenes dominicanos dejan de estudiar. La ENHOGAR-2024 preguntó a personas de 10 años o más que abandonaron la escuela, por qué lo hicieron. Las respuestas son una alerta roja para cualquier sociedad que pretenda avanzar.
En el caso de los varones, el 53.6% abandonó los estudios para trabajar. Más de la mitad. Esta cifra revela que el trabajo infantil y adolescente sigue siendo una normalidad en muchas familias pobres del país. La necesidad de aportar al ingreso del hogar, la cultura del “varón proveedor” desde temprana edad, y la falta de programas efectivos para conciliar estudio y empleo, empujan a los muchachos a dejar la escuela prematuramente. A cambio, entran a un mercado laboral precario, sin cualificaciones, sin protección, sin futuro.
En el caso de las mujeres, la causa más alarmante es otra: el 17.9% de ellas dejó la escuela por matrimonio o embarazo en la adolescencia. Es decir, 1 de cada 6 mujeres que interrumpieron su educación lo hizo porque pasó de ser niña a esposa o madre de forma anticipada. Esta realidad nos grita que el embarazo adolescente y las uniones tempranas siguen siendo una trampa de pobreza y exclusión, una violación estructural de derechos, y un fracaso colectivo que corta las alas de miles de niñas cada año.
A esto se suma otra causa transversal: la falta de recursos económicos. El 10.4% de las mujeres que abandonaron sus estudios indicaron que no había dinero en el hogar para continuar. Aunque la educación pública es gratuita en principio, el transporte, los útiles, los uniformes y la alimentación siguen representando un peso que muchas familias no pueden asumir. El costo de estudiar, para los pobres, sigue siendo demasiado alto.
En resumen: los niños dejan la escuela porque tienen que trabajar. Las niñas, porque se embarazan o se casan. Y los más pobres, porque simplemente no pueden pagar lo que implica asistir a clases. Este panorama no puede ser aceptado como inevitable. Es una tragedia social y una bomba de tiempo que mina la base del desarrollo sostenible.
Y no se trata de simples estadísticas. Detrás de cada número hay un nombre, una historia truncada. Un adolescente que quería ser ingeniero y terminó vendiendo en un semáforo. Una niña brillante que soñaba con ser doctora y terminó criando un hijo sola a los 16 años. Una familia que apostó a la educación como salida, y vio cómo las circunstancias se lo impidieron. Cada abandono escolar es una oportunidad perdida para el país.
¿Qué futuro puede construir una sociedad que deja fuera del sistema a los más vulnerables desde tan temprano?
Las consecuencias son múltiples y devastadoras. Económicamente, una población con bajo nivel educativo tiene menor productividad, menores ingresos, menor capacidad de innovar. El país pierde competitividad y perpetúa una economía informal y de baja calidad. Socialmente, el abandono escolar genera exclusión, desigualdad y resentimiento. Los jóvenes que quedan fuera del sistema se vuelven más propensos a caer en ciclos de violencia, criminalidad, migración forzada o frustración existencial. Políticamente, un pueblo sin educación crítica es más vulnerable a la manipulación, al clientelismo y al autoritarismo. Y desde el punto de vista de los derechos humanos, cada niño que abandona la escuela es una promesa constitucional incumplida.
Frente a este diagnóstico, es ineludible un llamado urgente a las autoridades. Es necesario diseñar e implementar una estrategia nacional para prevenir el abandono escolar, con enfoque intersectorial, enfoque de derechos y con recursos concretos.
Algunas recomendaciones surgen de forma clara:
- • Ampliar las transferencias condicionadas para estudiantes vulnerables. La permanencia escolar debe estar acompañada de incentivos reales. Si una familia pobre recibe apoyo económico por mantener a su hijo o hija en la escuela, se reduce la presión de enviarlo a trabajar. El programa Supérate puede jugar un rol clave si se fortalece, focaliza y vincula directamente con la matrícula y asistencia escolar.
- • Conciliar trabajo adolescente con educación. Para los adolescentes que ya trabajan, especialmente varones, el sistema educativo debe ofrecer modalidades flexibles, semi-presenciales o nocturnas, que les permitan continuar sus estudios sin abandonar sus responsabilidades laborales. Además, se debe perseguir con firmeza el trabajo infantil ilegal, y promover pasantías juveniles con derechos, en lugar de explotación.
- • Reforzar los programas de prevención del embarazo adolescente. Esto implica educación sexual integral en las escuelas, acceso a anticonceptivos, campañas comunitarias que promuevan nuevos modelos de feminidad, y sistemas de acompañamiento para madres adolescentes que quieran reinsertarse al sistema educativo. Ninguna adolescente debería tener que elegir entre ser madre y ser estudiante.
- • Universalizar la educación inicial y mejorar la calidad del nivel básico. Muchos de los problemas que se manifiestan en la adolescencia comienzan en la primera infancia. Asegurar que todos los niños y niñas tengan acceso a preescolar de calidad, con acompañamiento familiar y atención nutricional, es clave para su desarrollo integral y su posterior desempeño académico.
- • Ofrecer más y mejores opciones de formación técnica. Muchos jóvenes, especialmente hombres, no se sienten atraídos por la educación académica tradicional. Ampliar la oferta de educación técnico-profesional, ligada a las necesidades del mercado laboral, puede ser una vía efectiva para mantenerlos vinculados al sistema educativo y mejorar su empleabilidad.
- • Recuperar el rol del orientador y del trabajador social en las escuelas. No se puede combatir la deserción solo desde el aula. Se necesita una red de profesionales que detecte a tiempo los casos de riesgo, intervenga en las familias, articule apoyos y haga seguimiento personalizado. La escuela debe volver a ser un espacio de contención, no solo de transmisión de contenidos.
- • Alfabetización y educación para adultos. Las cifras de analfabetismo rural entre adultos no pueden ser normalizadas. Programas como “Quisqueya Aprende Contigo” deben relanzarse con fuerza, con presencia territorial, metodologías participativas y monitoreo riguroso. Un país donde millones de adultos no saben leer ni escribir está condenado a la dependencia.
Este no es un problema técnico. Es una prioridad moral, económica y estratégica. Un país que invierte en educación inclusiva, de calidad, y con sentido de justicia social, está invirtiendo en su capital humano, en su estabilidad y en su futuro.
República Dominicana tiene los recursos, las instituciones y el marco legal necesario. Lo que hace falta es decisión política, continuidad en las políticas, y una visión de largo plazo que supere la lógica electoral.
Las autoridades están llamadas a actuar ahora. Cada año que pasa sin respuesta estructural, miles de niños abandonan sus sueños. Y con ellos, se desvanece una parte del país que podríamos ser.