Editorial
El peso dominicano se aprecia mientras la economía real se desacelera. ¿Estabilidad real o espejismo momentáneo impulsado por un dólar debilitado?
En medio de aplausos oficiales, esta semana el Banco Central anunció que el dólar se cotiza por debajo de los RD$60: una apreciación acumulada de 2.5% del peso dominicano en lo que va de 2025.
La noticia —difundida como evidencia de confianza, estabilidad macroeconómica y eficacia institucional— ha sido celebrada en círculos gubernamentales y replicada en titulares con entusiasmo. Pero mientras el tipo de cambio baja, la actividad económica se enfría. Y las luces del tablero macro empiezan a parpadear.
En febrero, el crecimiento de la economía dominicana —medido por el IMAE— fue de apenas 0.7%, el segundo más bajo en 18 años. Sectores clave como la minería (-11%), la construcción (-8%) y las zonas francas (-3.5%) están en caída libre. Las exportaciones no despegan, la inversión pública ha perdido dinamismo, y el aparato productivo luce lento, disperso y desconectado de la narrativa oficial.
¿Cómo se explica entonces que el peso se fortalezca mientras la economía se debilita?
Hay una parte local, y otra global.
En el plano doméstico, el Banco Central ha intervenido activamente en el mercado cambiario: liberando reservas, afinando regulaciones, moderando la liquidez en pesos y gestionando expectativas. La intervención —técnicamente eficaz— compró tiempo. Pero no resolvió los problemas estructurales. La economía sigue ralentizada, la base exportadora es estrecha, y los vencimientos de deuda externa siguen ahí: más de US$10,000 millones entre 2024 y 2028. Sostener el peso sin fortalecer la economía es una carrera contra el reloj.
Pero hay otra variable que pocos mencionan: la devaluación del dólar a nivel global.
Desde enero, la guerra comercial desatada por Donald Trump ha generado un terremoto económico. Con aranceles promedio de hasta 145% para China y 10% para decenas de países, Estados Unidos ha dinamitado el orden comercial multilateral. El resultado: caída del comercio global, disrupción de cadenas de suministro, volatilidad en mercados financieros y —lo más importante para nosotros— una pérdida de valor del dólar. El índice DXY, que mide la fuerza del billete verde frente a una canasta de monedas, cayó casi 10% en apenas cuatro meses.
Por primera vez en décadas, el dólar dejó de ser un refugio. Inversionistas huyeron de activos denominados en dólares por miedo a la inestabilidad política y comercial de EE. UU. Mientras que el euro, el yen, el franco suizo… y sí, también el peso dominicano, se fortalecieron como reflejo del debilitamiento global del dólar, no necesariamente por mérito interno.
Entonces, el peso no se ha fortalecido. Es el dólar el que se ha debilitado.
Confundir eso es como asumir que uno corre más rápido porque el otro camina más lento. Es un espejismo. Uno que puede volverse contra nosotros si no se toman medidas de fondo.
La apreciación del peso —real o aparente— puede generar problemas: encarece las exportaciones dominicanas, abarata las importaciones, y reduce la competitividad de la industria local. Puede alimentar una ilusión de estabilidad mientras se vacían los motores del crecimiento. Y puede ser utilizada políticamente como símbolo de fortaleza económica, cuando en realidad refleja un reacomodo global que nadie controla.
Lo cierto es que una moneda no vale por decreto. Vale por lo que produce la economía que la respalda. Y si el país no crece, si la minería se detiene por falta de acuerdos, si la deuda externa no se reestructura, si las exportaciones siguen concentradas en productos de bajo valor, entonces sostener el tipo de cambio es como sostener una fachada sin columnas.
El país necesita más que un tipo de cambio estable. Necesita una estrategia de desarrollo productivo, inversión inteligente, política industrial, diversificación de mercados, fortalecimiento institucional y voluntad de diálogo para destrabar proyectos estratégicos como la expansión de Barrick Gold, que hoy duerme el sueño de la desconfianza.
No se trata de celebrar que el dólar bajó. Aunque lo celebramos. Aquí lo importante es preguntarse: ¿tenemos una economía que puede sostener esta paridad? ¿Tenemos sectores que generen suficientes divisas para absorber choques externos? ¿Tenemos reservas para resistir una nueva oleada de volatilidad?
Porque si la respuesta es no, entonces la estabilidad es prestada. Y como todo préstamo, tiene fecha de vencimiento.