27.8 C
Santo Domingo
domingo, mayo 18, 2025
InicioOpiniónEditorialCuando mentir no cuesta nada: el periodismo frente al abismo

Cuando mentir no cuesta nada: el periodismo frente al abismo

Fecha:

Mas noticias

El costo de no creer: un país sin proyecto de innovación ni de futuro

El crecimiento sin productividad, la política sin visión y...

¿Y si aún no somos?

 Decimos “Patria” como quien repite un conjuro. La enarbolamos...

Cuando un hospital se convierte en frontera

EditorialEl nuevo protocolo migratorio en hospitales públicos revela una...

Editorial

Entre la urgencia del clic y el deber de informar, el periodismo dominicano enfrenta una encrucijada: ¿ser parte de la solución o del problema?

En un episodio de The Newsroom, la serie que dramatiza con brillantez los dilemas éticos del periodismo, ocurre un atentado contra una congresista estadounidense. La competencia entre cadenas por dar la primicia desata una carrera frenética. Varios medios reportan su muerte. Pero en la redacción del noticiero ficticio, un periodista se niega a confirmarlo sin una fuente médica oficial. “Una muerte la certifica un médico, no un periodista”, dice. Tenía razón. La congresista estaba viva.
Ese momento, que parece ficción, es más real que nunca. Porque en un tiempo donde una noticia —o una mentira— puede viralizarse en segundos, la diferencia entre informar y desinformar ya no es solo una cuestión de ética: es una cuestión de democracia, de salud pública, de paz social.
Y en la República Dominicana, esa línea se cruza todos los días.
Nos hemos acostumbrado a convivir con la mentira. Con titulares que no se corresponden con los hechos. Con “noticias” que no fueron verificadas. Con rumores disfrazados de primicias. Con campañas de desinformación orquestadas desde oficinas pagadas con fondos públicos o privados. Con voces que se presentan como periodistas, pero operan como activistas encubiertos, operadores políticos o simples emisarios del caos.
Y lo peor: cada vez que se publica una falsedad sin consecuencias, cada vez que un medio no rectifica, cada vez que una figura pública comparte una mentira sin pudor, se erosiona un poco más el vínculo entre el periodismo y la ciudadanía. Se pierde confianza. Se gana cinismo. Y la verdad retrocede.
  1. En este contexto, vale la pena recuperar —como brújula moral— las reglas que plantea The Newsroom para abordar una historia:
  2. .¿Es esta información necesaria para que la gente vote mejor?
  3. .¿Es esta la mejor forma de presentarla?
  4. .¿Está la historia en su contexto histórico?
  5. .¿Realmente hay dos lados en esta historia?
Estas preguntas deberían guiar la cobertura informativa en cualquier democracia que se respete. Pero en muchas redacciones dominicanas, se cambian por otras:
1.¿Esto da clics?
2.¿Quién paga por difundirlo?
3.¿Nos conviene a nosotros o a los nuestros?
4.¿Lo publicaron ya otros medios?
El resultado es una esfera pública contaminada. Donde abundan las emociones, pero escasea el contexto. Donde la opinión se impone al hecho. Donde la velocidad reemplaza a la verificación. Donde lo viral es más importante que lo verdadero.
No es casual que Karl Kraus, con su mordacidad implacable, escribiera hace casi un siglo su decálogo satírico del periodismo, que hoy suena menos a sátira y más a descripción. “Los escándalos son más importantes que los análisis”, decía. “La opinión es más importante que los hechos”. “Un periodista nunca debe admitir que se ha equivocado”.

¿No es eso lo que vemos a diario?

Pero frente a esa decadencia, también hay resistencia. Hay medios, periodistas, editores y académicos que creen que el periodismo aún puede ser útil, serio, comprometido, veraz y digno. Que creen, como en el decálogo ético, que el periodista debe buscar la verdad y contarla con precisión, verificar antes de publicar, corregir cuando se equivoca, respetar la dignidad humana y servir al interés público.
Porque el periodismo no es solo un oficio. Es un contrapeso. Es un servicio. Es una institución social que debe cumplir un rol: informar con responsabilidad para que la ciudadanía pueda ejercer sus derechos, tomar decisiones y exigir cuentas.
Y aquí viene una verdad incómoda: la libertad de expresión incluye también el derecho a no ser engañados. Tiene una dimensión activa —producir y difundir información—, pero también una dimensión pasiva: el derecho del público a recibir información veraz, contextualizada y confiable. El derecho a no ser manipulado.
Eso significa que el derecho a mentir no está protegido. Que la desinformación sistemática, la propaganda disfrazada de noticia, el montaje deliberado, no son expresiones protegidas: son distorsiones que deben ser denunciadas, sancionadas y corregidas.
En tiempos de elecciones, este desafío se intensifica. Porque las mentiras no solo contaminan el debate, sino que distorsionan la voluntad popular. Y eso no es solo un problema de ética periodística: es un problema de salud democrática.
Por eso este editorial es un llamado:
A los periodistas, para que recuerden que su trabajo no es entretener ni agradar al poder, sino verificar, explicar y contar la verdad aunque incomode.
A los medios, para que inviertan en formación, en redacción, en edición, en rigor.
A la ciudadanía, para que no se conforme con titulares, para que exija fuentes, contexto, contraste.
Y a las autoridades, para que defiendan la libertad de prensa sin dejar impunes las campañas de desinformación deliberada.
Porque si el periodismo falla, falla la democracia.
Y si la mentira reina, todos perdemos.
Redacción
Redacciónhttps://www.elperiodico.com.do/
Profesionales con experiencia editan el contenido de nuestro portal de noticias. Bienvenido a El Periódico, una fuente confiable y objetiva con sede en Santo Domingo, República Dominicana. En nuestro compromiso por la ética periodística, profesionales experimentados editan cuidadosamente el contenido que ofrecemos en nuestro sitio web, elperiodico.com.do.

Ultimas noticias

Deja un comentario