Los pronósticos apuntan que los intensos vientos, con ráfagas de hasta 110 kilómetros por hora, afectarán a las zonas alpinas del estado de Nueva Gales del Sur, en una jornada en la que los termómetros marcarán los 35 grados por el segundo día consecutivo en la ciudad de Sídney.
Las autoridades prohibieron terminantemente prender fuego al aire libre en varias jurisdicciones de la región, así como ordenaron hoy el cierre de varios parques nacionales, algunos de ellos en Sídney, y otros en lugares remotos de esta vasta zona australiana, cuya área equivale a las de España e Italia juntas.
Igualmente han desplegado unos 600 bomberos para contener los 68 incendios forestales activos en el momento, 17 de ellos sin control, en los alrededores de Sídney y en el resto de Nueva Gales del Sur, la región más poblada de Australia y la más afectada por una ola de calor que comenzó el fin de semana.
«Es septiembre y estamos ya experimentado cuatro días de temperaturas de más de 30 grados con fuertes vientos. Nos preocupa el verano (entre diciembre y marzo)», dijo hoy el jefe del gobierno de Nueva Gales del Sur, Chris Minns, a los periodistas en Sídney.
En otras partes de la costa este del país, como en la turística Sunshine Coast, y la isla meridional de Tasmania, también arden desde hace días más de una docena de incendios forestales, que ya han quemado grandes extensiones de terreno, aunque sin que se reporten víctimas o daños materiales.
Los incendios en Nueva Gales del Sur, cuya temporada comienza normalmente en noviembre, han reavivado los temores de que se viva una tragedia similar a los fuegos del «verano negro» de 2019-2020, que mataron a 33 personas.
Esos incendios también calcinaron unos 24 millones de hectáreas en el este de Australia (casi la mitad del territorio de Dinamarca) y afectaron a unos 3.000 millones de animales.
Los expertos confirmaron ayer que Australia se enfrentará a un aumento de las temperaturas y un clima más seco del habitual este año debido al El Niño, un fenómeno meteorológico natural provocado por las corrientes en el océano Pacífico que, agravado por el calentamiento global, podría llevar a devastadores incendios.