Por el Dr. Gil Carpio Guerrero
SANTO DOMINGO. La Guerra de la Restauración fue una epopeya en la que participaron todos los sectores sociales de nuestro país. Dice Juan Bosch que “En la Guerra de la Restauración puede apreciarse, sin mucho esfuerzo, el agrupamiento de todas las capas de la pequeña burguesía dominicana en el bando de los restauradores; los altos, los medianos y los bajos pequeños burgueses, incluyendo entre estos los sectores pobre y muy pobre”.
Luego de los graves sucesos de Santiago, la comisión militar que investigó lo acontecido, concluyó sus trabajos condenando a pena de muerte a Eugenio Perdomo, Carlos de Lara, Juan Luis Franco Bidó y Pedro Ignacio Espaillat, muchos otros prófugos fueron condenados a pena de muerte. En el caso de Franco Bidó fue indultado. Creyendo haber derrotado de manera definitiva la insurrección, un mes después, las autoridades españolas decreta un indulto para todos los implicados, excepto para los militares reservistas y los principales promotores anti anexionistas.
En esas circunstancias y de manera clandestina, Benito Monción y Santiago Rodríguez se internaron en las lomas de Capotillo en la zona fronteriza desde donde acosaban continuamente a las tropas españolas con la colaboración y complicidad de las autoridades haitianas. En la Línea Noroeste abundaban los rumores de que buques de guerra norteamericanos desembarcaron armas por la Bahía de Manzanillo para los insurrectos dominicanos, lo que hizo que Manuel Buceta, comandante general para el Cibao de las tropas españolas, se trasladará el día 12 de agosto a Monte Cristi y Dajabón buscando más detalles de esas noticias.
Varios días después, es decir, el 16 de agosto, el grupo de patriotas encabezado por Santiago Rodríguez, Benito Monción y Pedro Antonio Pimentel, cruzó la frontera hacia territorio dominicano, izando la bandera nacional y en Capotillo lanzan la proclama del reinicio de la lucha por el restablecimiento de la independencia de la República Dominicana, con el llamado Grito de Capotillo. A ellos se unió Gaspar Polanco, quien abandonó las filas del ejército español, tomando el mando de los revolucionarios dominicanos. Con ataques sorpresivos, emboscadas y combates relámpagos contra las tropas españolas, los dominicanos lograron apoderarse rápidamente de toda la región Noroeste, cayendo bajo dominio de los revolucionarios Monte Cristi, Dajabón, Guayubín, Sabaneta, San José de las Matas, La Vega, Moca, Cotuí, San Francisco de Macorís, excepto Puerto Plata y Santiago.
Fueron ataques tan rápidos y feroces que las tropas españolas debieron salir de esas plazas en retirada y pedir refuerzos a Cuba, cuyo gobernador respondió de inmediato con varios batallones y una batería de artillería de montaña, los cuales llegaron en el vapor Isabel II por el puerto de Puerto Plata el 27 de agosto. La plaza de Puerto Plata se encontraba sitiada por los revolucionarios, quienes fueron vencidos por las tropas regulares que recién llegaban, obligándolos a dispersarse fuera de la ciudad, perdiendo la vida en la operación militar el comandante de las tropas españolas recién llegadas de Cuba, el coronel de ingenieros Salvador Arizón.
Los revolucionarios, reagrupados en Quinigua, lograron improvisar un ejército de entre 6 y 7,000 hombres, atacando la ciudad de Santiago, la cual ocuparon fácilmente, sitiando las tropas de Buceta que se encontraban en la Fortaleza San Luis. El 6 de septiembre los revolucionarios, bajo el mando de Gaspar Polanco, atacaron la Fortaleza San Luis siendo rechazados varias veces. Ante la dificultad de tomar la fortaleza, los dominicanos prendieron fuego a una casa contigua a la fortaleza, destruyendo la ciudad casi en su totalidad, lo que suponía una derrota inmediata para los españoles; sin embargo, llegó de Puerto Plata la brigada española compuesta de 1,400 hombres, logrando desplazar a los dominicanos, desarticula ándolos momentáneamente, lo que permitió que se reunieron las tropas recién llegadas con las de Buceta en la Fortaleza San Luis. Lo ocurrido el 6 de septiembre de 1863 en Santiago marca el punto de inflexión que a la postre determinaría la victoria de los dominicanos sobre las tropas españolas.
Los revolucionarios unificaron sus fuerzas y sitiaron a los españoles, ahora en peores condiciones que al inicio de los combates en la plaza, pues con el incendio se fueron las fuentes de abastecimiento y en las condiciones en que se encontraban al interior de la fortaleza, con enfermos, heridos, familias refugiadas y sin medios de subsistencia, era cuestión de tiempo para que llegara el desenlace. La situación era extremadamente difícil, pues cuando bajaban 20 hombres a buscar agua, regresaban 4 o 5. Cada vez en peores condiciones, pero los españoles no querían rendirse y cuando ya era inaguantable la condición en que se encontraban, salieron en retirada hacia Puerto Plata bajo el fuego y contante hostigamiento de los revolucionarios el día 13 de septiembre.
A partir de ese momento, las autoridades españolas adoptaron medidas represivas contra los dominicanos que simpatizaban o colaboraban con los restauradores. Declararon el estado de sitio en todo el territorio nacional, confiscaron los bienes de los rebeldes y los vendieron en subastas públicas. Entre los bienes subastados se cuentan casas, conucos, fincas y animales de crianza como mulos, caballos, vacas, toros y novillas.
La Guerra de la Restauración constituye un ejemplo en las luchas patrióticas de los pueblos de América y para los dominicanos tiene una importancia extraordinaria, pues logró consolidar la conciencia nacional en los más amplios sectores sociales del país, algo de lo que carecía hasta ese momento un segmento importante de los dominicanos, que siempre vivieron esperanzados en que nos arrimamos a una nación poderosa que nos brindara protección y prosperidad. Cuando aquellos que no tenían fe en la capacidad de este pueblo, lograron entregar nuestra soberanía a esa otra nación más poderosa; cuando probamos ese trago amargo de la discriminación racial, la pesada carga impositiva, la ola inflacionaria, la imposición del discurso seudo moralizante del obispo y los sacerdotes españoles y cuando ya los campesinos, artesanos, comerciantes, reservistas y el pueblo en general no aguantaba la represión de los españoles, el pueblo en todas sus capas sociales se lanzó con toda su furia a defender su soberanía, su independencia y su libertad.
La táctica de guerra de guerrillas implementada por los dominicanos en la lucha por restaurar su soberanía, junto con el eficiente uso del machete y las condiciones topográficas y climatológicas y la audacia con que combatían, convirtieron la guerra, para los soldados españoles en un escenario de espanto y horror. Enfermedades tropicales como la fiebre amarilla, la disentería, la malaria, la viruela y tifus, terminaron siendo los principales aliados de los combatientes dominicanos, pues afectaron considerablemente a los soldados españoles de la península. Por el contrario, los combatientes dominicanos, acostumbrados al clima, conociendo el terreno y la motivación que genera las ansias de libertad, no tuvo otra alternativa que la tenaz contienda que concluyó con la retirada de las tropas españolas y consolidando el proceso constructivo del Estado Dominicano.
La determinación del pueblo dominicano por su independencia queda plasmada en un segmento de un documento enviado a la Reina Isabel II por el gobierno provisional en fecha 24 de septiembre de 1863, el cual dice:
“La lucha, Señora, entre el pueblo dominicano y el ejército de S. M. sería por todo extremo ineficaz para España; créalo V. M., podríamos perecer todos y quedar destruido el país por la guerra y el incendio de sus pueblos y ciudades; pero gobernarnos otra vez autoridades españolas, eso nunca jamás el dominicano prefiere la indigencia con todos sus horrores para él, su esposa y sus hijos y aún la muerte misma, Señora, antes que seguir dependiendo de quienes le atropellan, le insultan y le asesinan sin fórmula de juicio”.
En el plano político, el día siguiente de la retirada de las tropas españolas, es decir, 14 de septiembre de 1863, los restauradores firmaban el acta de independencia y formaban un gobierno provisional cuyo primer presidente lo fue José Antonio Salcedo (Pepillo) y Benigno Filomeno de Rojas como vicepresidente. Formaron parte como ministros Ulises Francisco Espaillat, Máximo Grullón, Pedro Francisco Bonó, Alfredo Deetjen, Sebastián Valverde Pablo Pujol y Belisario Curiel. Uno de los primeros decretos del gobierno restaurador fue declara al general Pedro Santana, traidor a la patria, condenándolo a pena de muerte.
El gobierno provisional dispuso, además, la designación por región de sus generales más experimentados para defender los territorios ya conquistados y los que había que conquistar: Gaspar Polanco fue designado para la defensa de Puerto Plata, Benito Monción para Monte Cristi y la Línea Noroeste y Gregorio Luperón para las zona Sur y Este, hacia donde salió de inmediato, pasando por Cotuí y Cevicos, para luego continuar su marcha hacia el cruce obligado del Sillón de la Viuda, que comunica el Norte con el Sur, en cuyo lugar encontró una avanzada de las tropas restauradoras al mando del coronel Dionisio Troncoso quien venía de Guanuma, donde había perdido algunos hombres en combate con tropas españolas al mando del general Santana, quien tenía su campamento en ese lugar.
La avanzada de Santana, que se dirigía hacia el Cibao, tuvo su primer choque con las tropas restauradoras al mando de Luperón en las cercanías del Sillón de la Viuda, obligando a los de Santana a replegarse. Enterado Santana del hecho, marchó con sus tropas al encuentro con las tropas de Luperón y en arroyo Bermejo, el 30 de septiembre se produjo el combate en el que Santana se llevó el peor resultado, retirándose hacia Guanuma con la moral de su ejército muy diezmada.
El general Pedro Santana quedó varado con sus tropas por varios meses en su campamento de Guanuma, donde las lluvias, los mosquitos, las enfermedades, la falta de abastecimiento y las deserciones sembraron la desmoralización. Todos los soldados del batallón de reservistas, que eran más de 500, desertaron; con él solo quedaron soldados españoles de origen cubano o puertoriqueño.
Con la noticia de lo que pasaba en el Cibao y el revés del Marqués de Las Carreras en El Bermejo, la revolución se extendió por todo el país, en el Sur operaban los generales José María Cabral, Florentino y Aniceto Martínez, bajo las órdenes del general Gregorio Luperón; en el Este, el antiguo colaborador de Santana, Antonio Guzmán (Antón), utilizando recursos de compadre Santana, reunió más de 800 hombres y se convirtió en un azote en todo el Este, también bajo las órdenes de Luperón.
Santana, todavía empantanado en Guanuma, entra en contradicción con el Capitán General y Gobernador, Rivero, quien le ordena que reagrupe sus tropas en Santo Domingo, pero este se niega, pasando Santana más tarde a El Seybo, donde su compadre Antón Guzmán ha logrado engrosar su columna de hombres con nuevos desertores. El 19 de marzo de 1864 perdió la vida en combate en el Paso del Muerto, cerca de Guerra, el general anexionista Juan Suero, apodado por los españoles como El Cid Negro.
En marzo de 1864 regresa al país procedente de Venezuela donde se había exiliado desde 1844 tras la persecución de Santana. Fue a Guayubín donde se encontraba muy enfermo su amigo compañero de lucha para lograr la independencia Ramón Matías Mella, lo cual le causó un gran impacto, provocando incluso, que enfermara; poco tiempo después, 4 de junio. vería morir al autor del trabucazo. Duarte quiso incorporarse a las actividades revolucionarias trasladándose a Santiago y en medio de muchas dificultades la misión que le dio el gobierno restaurador fue el de enviado plenipotenciario ante el gobierno de Venezuela y empresas privadas de ese país para que gestionará recursos para la causa restauradora. Luego de marcharse, Duarte no regresaría más a su patria.
Las diferencias del general Santana con las autoridades españolas se agudizaron y mantuvieron hasta su muerte, acaecida el 14 de junio en Santo Domingo, 10 días después del fallecimiento de Mella. Para entonces, el dominio de las tropas restauradoras en caso toal en todo el territorio nacional, excepto Santo Domingo, El Seybo, Puerto Plata y Monte Cristi. El fracaso de la ofensiva española y el alto costo de la guerra provocaron que la opinión pública empezará a pedir el fin de la guerra y el retiro de las tropas españolas de Santo Domingo. La oposición se extendió al Parlamento y a influyentes círculos de intelectuales de Madrid.
Luego de algunos vaivenes del gobierno provisional por intrigas propias de la pequeña burguesía, la deposición de Pepillo Salcedo como presidente, sustituido por el general Gaspar Polanco y luego ésta sustituido por Pedro Antonio Pimentel. Las cortes españolas determinaron la salida de sus ejércitos de territorio dominicano, dando paso a unas negociaciones que nunca se concretaron, viéndose el general La Gándara en la obligación de marcharse con sus tropas hacia Puerto Rico y Cuba, concluyendo su retirada el 11 de julio de 1865.
La Guerra de la Restauración tuvo muchos protagonistas, hombres del arrojo y la valentía de Francisco del Rosario Sánchez y José María Cabral cuando entraron por la frontera Sur logran la adhesión de varios poblados dando inicio a la lucha por restaurar la república y en el caso de Sánchez, pagando con su vida su iniciativa; Manuel Rojas y Olegario Tenares; José Contreras; Eugenio Perdomo, Carlos de Lara, Juan Luis Franco Bidó y Pedro Ignacio Espaillat; Santiago Rodríguez, Benito Monción y Pedro Antonio Pimentel que iniciaron la contienda definitiva con el Grito de Capotillo el 16 de agosta de 1863; de la determinación y gallardía de Gaspar Polanco, quien en un momento crucial, que marcó el punto de inflexión a favor de la restauración de nuestra soberanía, ordenó el incendio de Santiago el 6 de septiembre de 1863; las victorias de José María Cabral en el Sur; la valentía y audacia de Gregorio Luperón en las victorias del Este y el Sur, especialmente la de arroyo Bermejo sobre Pedro Santana, la cual dejaría al viejo caudillo seybano en la pesadumbre y la inercia hasta ser relevado de su puesto de comandante en la guerra; Pepillo Salcedo, Benigno Filomeno de Rojas, Ulises Francisco Espaillat, Máximo Grullón, Ramón Matías Mella; Juan Pablo Duarte, que aunque no pudo jugar un papel estelar en la lucha restauradora, no quiso quedarse indiferente y vino a luchar por su patria; pero el más importante de los protagonistas, el pueblo dominicano, que no permitió que lo siguieran humillando, discriminando y que lo trataran como un ser inferior.